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VOL. 71 (2), 455-459, 2005  NECROLÓGICA D. GREGORIO GONZÁLEZ TRIGO

decía el poeta soldado Quinto Ennio: “El amigo seguro se conoce en
la ocasión insegura”.

    Pero retrocedamos un poco en el tiempo, y sin darme cuenta, me
encuentro estudiando Farmacia en la UCM, y allí surge mi imagen
del profesor, al que todos admiramos y respetamos, a pesar de que
la Química Orgánica era ya entonces, y sigue siéndolo, uno de los
más difíciles huesos de roer en nuestra carrera. Por aquel entonces,
empezó el curso como Profesor Agregado y a mitad del mismo ob-
tuvo la cátedra. Recuerdo que fui a verle en compañía de José Ángel
Navarro, hijo de otro admirado profesor de la Facultad de Farmacia,
y al darle la enhorabuena, le dije: “Estarás contento por la cátedra,
verás de otra forma la vida”. Él me contestó con sencillez: “Bueno,
es un día más de trabajo”. Esto resumen lo que era el Profesor
González Trigo, sencillo, humano y trabajador infatigable, haciendo
bueno el “Nada hay inaccesible a los mortales” de Horacio.

    Gregorio perteneció a aquella generación de la posguerra, de las
privaciones y el pluriempleo, que él también y tan bien ejerció, tanto
en la Facultad como en la Calvo Sotelo y que a pesar de las grandes
limitaciones de aquellos tiempos, fueron capaces de elevar a España,
con su esfuerzo y sacrificio, hasta alcanzar un nivel de bienestar,
que pareció truncarse en nuestra incipiente democracia, incapaz al
principio de demostrar que con ella también se podía llegar a alcan-
zar ese bienestar, hasta que el último gobierno del Partido Popular
demostró que con la democracia también era posible el desarrollo
económico de España. Al contrario que en la etapa del pelotazo y el
dinero fácil, esa generación trabajó para hacer buena la frase de
Addison: “Nada que se consiga sin pena y sin trabajo es verdadera-
mente valioso”.

    Otro de los grandes amores del Profesor González Trigo fue esta
Real Academia, desde cuyo estrado me dirijo a ustedes. En el pró-
logo de su discurso de recepción como Académico de Número, el 14
de marzo de 1985, que versó sobre las conquistas de la síntesis
orgánica, dijo: “La Academia ocupa en el saber el último peldaño y
quien lo alcanza, consigue un alto honor”.

    La contestación a este discurso corrió a cargo de su gran amigo,
mi padre, y al leer parte de sus palabras en ella vertidas, sirva de
homenaje y muestra del cariño y admiración que mutuamente se

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