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ANTONIO DOADRIO VILLAREJO  AN. R. ACAD. NAC. FARM.

y a mi Primera Comunión, de lo que en verdad, tampoco me acuer-
do. Desde que tengo uso de razón, aunque no sé bien desde cuándo,
me interesó Gregorio, como el amigo de mi padre, siempre atento,
amable y cariñoso, además de estar rodeado de sus hijos y de su
inseparable mujer. Recuerdo que jugaba con sus hijos, en su casa de
la colonia de Mirasierra y después en el jardín de su casa de Puerta
de Hierro, donde con el tiempo esos juegos se tornaron en cánticos,
guitarra en mano y baños en la piscina de su urbanización, mientras
los mayores hablaban de temas científicos o caseros, o a lo mejor de
nuestra educación y comportamiento, vaya uno a saber.

    Ejemplar padre de familia, supo inculcar en sus hijos su espíritu,
que me consta, les acompaña y vivirán con él para siempre. Desde
su familia, de la que también me consta, irradiaba su felicidad, se
proyectaba hacia los demás. Ya dijo Sófocles que “el que es bueno
en familia, es también un buen ciudadano”. Como no podía ser
menos, a mí también me influyó en su espíritu. Pasó conmigo, lo
que dijo Espinel: “Haré con vuestra merced lo que con mis amigos,
que es en la elección aconsejarles lo mejor que sé, y en la determi-
nación ayudarles lo mejor que puedo”. Ahora, soy mejor, sólo por el
hecho de haberle conocido.

    Gregorio era un modelo de amigo. En la Biblia se puede leer: “Un
amigo fiel es la medicina de la vida”. Gregorio fue siempre un amigo
fiel para toda mi familia y un remedio para los males que padecemos
hoy en día, sobre todo el de la soledad, a pesar de la superpoblación
de nuestro Planeta. Con Gregorio uno no se sentía solo, porque él
practicaba el dicho de Vives: “Sal de la vida es la amistad”. Por el
contrario, para los amigos de Gregorio, rezaba la cita de Voltaire:
“Cambiad de placeres pero no cambiéis de amigos”, ya que, según el
Eclesiastés: “El amigo fiel es un resguardo poderoso; quien lo tiene,
tiene un tesoro”. Y un tesoro encontró mi padre con la amistad de
Gregorio, que estuvo con él, incluso en los difíciles momentos de la
transición, cuando siendo mi padre Decano de la Facultad de Far-
macia, aceptó a ser vicedecano y le acompañó en todo momento,
dando una muestra de amistad y compañerismo, que ni mi padre ni
toda mi familia podrá olvidar. Por entonces, yo estaba terminando
mi carrera en la Facultad de Farmacia, y ya tenía uso de razón, o al
menos el suficiente para entender el valor de esa amistad. Como

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