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VICENTE VILAS SÁNCHEZ  AN. R. ACAD. NAC. FARM.

ejemplar, llena de proyectos acompañando a Pablo en todo momen-
to, desde Madrid a Santiago, en la Cátedra, en el Rectorado, y de
nuevo en Madrid, en la Academia, y por último, soportando con gran
entereza y realismo el amargo calvario de su enfermedad, y por
último la sabia decisión de retiraros a Valladolid, vuestra tierra de
origen, para recogeros en vuestro entorno familiar.

    Se lee en el Eclesiastés 24-2. 8-12: «La sabiduría se alaba a sí
misma, se gloría en medio de su pueblo, abre la boca en la asam-
blea del altísimo y se gloría dentro de sus potestades. En medio
de su pueblo será ensalzada y admirada en la congregación plena».
Esta alabanza que se hace de la sabiduría se presenta como don
explícito de Dios a los hombres, pero esta virtud se modela con
la meditación, el trabajo y el estudio, es un bien que es dado a
todos, pero que hay que consolidar, elaborar y fomentar, para lo
cual hace falta una decidida vocación y un esfuerzo permanente.
Es lo que he sentido en todos, los que fueron mis profesores y
maestros, pues me consta que siempre se esforzaron en acumular
conocimientos, para transmitirlos actualizados y haciéndolos ase-
quibles al alumnado. Esto fue para mí el espejo y referente en mi
futura vida docente.

    Corría el año 1951, cuando llegue a la Facultad de Farmacia, de
Madrid, coincidiendo con Amadeo Llano, el que sería mi compañero
inseparable durante mi vida de alumno y posterior amistad con-
solidada en el tiempo. Ambos participamos en el laboratorio de
fotografía con Don José Luis Montero de Espinosa como Dibujante
de la cátedra y ayudantes de prácticas de la asignatura de Técnica
Física, de la que era titular el Profesor Portillo, Académico que fue
de esta corporación, y Don Pablo Sanz, adjunto numerario de la
misma.

    Allí comenzó nuestro contacto con el Profesor Sanz Pedrero, que
acababa de regresar de su estancia en Suecia, en el «Kemikun Ins-
titut», trabajando en las modernas técnicas analíticas bajo la direc-
ción del profesor Claesson. El director emérito del Instituto y premio
Nóbel, Doctor Sveverg, tuvo la gentiliza de invitarle junto al Profesor
Ortega a una comida de cortesía, que celebró con ambos becarios
españoles, en donde tuvieron la oportunidad de conocer personal-
mente a una figura tan importante de la ciencia.

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