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SEGUNDO JIMÉNEZ GÓMEZ ANAL. REAL ACAD. FARM.
Pero aún queda una tercera pregunta: ¿Está todo suficientemente
difundido entre la población? Y aquí el no es todavía más rotundo. La
vida del hombre está salpicada de paradojas, pero la del agua es, sin duda,
la más incomprensible de todas. De una parte, y a lo largo de toda la His-
toria, el hombre lucha por el agua, se pelea con sangre y con saña; lo que
yo llamaría las hidroguerras están a la orden del día; los ríos internaciona-
les, o ríos compartidos, de los que sólo en los países en vías desarrollo
hay más de 200 cuencas, son un continuo semillero de problemas.
Limitándonos a cuestiones de hoy, basta mirar el Oriente Medio,
dónde el Nilo y el Jordán son causa de inestabilidad en sus respectivas
zonas. La presencia israelí en los Altos del Golán, aunque quizá no se
diga, puede encontrar también sus motivos en que es allí donde se en-
cuentran buena parte de los cauces que alimentan el Jordán y el lago Tibe-
riades. Las aguas del Nilo, por su parte, proceden de territorios distintos a
Egipto, y abastecen a nueve países de los cuales Egipto es el último en
recibirlas. Incluso en la zona de los ríos Tigris y Eufrates, a pesar de su
mayor abundancia, existen problemas y han fracasado los acuerdos entre
Irak, Siria y Turquía para hacer un reparto equitativo de las disponibilida-
des. Las naciones, las familias y los individuos han competido siempre
por el agua, que es sin duda condición necesaria para la paz, aunque no
sea suficiente.
En contraposición, y ahí es donde está la paradoja, quienes dispo-
nen o disponemos de ella la derrochamos sin tino ni tasa, de la manera
más inconsciente e incongruente. Se usa y abusa como si sobrara en todas
partes, y el consumo es tanto mayor cuanto más cómodo sea el suminis-
tro. El Banco Mundial ha denunciado con insistencia que una buena parte
de los habitantes de países africanos, asiáticos o suramericanos, tienen
que desplazarse más de 500 o 1000 metros de su punto de residencia habi-
tual para conseguir el agua que necesitan para beber, con lo que ello aca-
rrea de incomodidad y pérdida de tiempo y de esfuerzos. Pues bien, no
hace tantos años, menos de 50-55, que muchos moradores de pueblos
españoles tenían que desplazarse esas distancias, e incluso más, para te-
ner una mínima cantidad de agua con la que satisfacer sus necesidades
básicas.
Bastarían estos hechos para justificar la Sesión de hoy.
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