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VOL. 66, (1) 2000 NECROLOGÍA
del románico palentino. Recalábamos en Fuentes Carrionas dos o tres días,
días de confraternidad, de nostálgicas aunque desafinadas canciones, de
visitas a los bellos parajes y monumentos y de estudiadas excursiones, en las
que nos estimulaba a recolectar, en los prados, “lirones”, nombre vulgar
que Mercedes Unamuno se encargó de ilustrarnos correspondía a la bella
flor amarilla del Narcissus pseudo - narcissus ; que sirvió de base para crear
la “Orden del Lirón” a la que quedaban adscritos todos los que cumplían
ciertos requisitos explicitados en los Estatutos por él elaborados.
Al regresar disfrutábamos de la cálida y generosa hospitalidad que
nos brindaban Felipe Calvo y su esposa Luchi en su casa rural de
Polentinos, llena de recuerdos del saber metalúrgico y de la práctica
licorista de aquél. Nos despedíamos con la Misa en la maravillosa iglesita
románica de San Salvador de Cantamuda seguida de un exquisito y
abundante ágape en la adyacente Venta de Campa concienzudamente
preparado por Victorina: la cocinera.
En estas entrañables referencias ocupa un lugar preeminente la
persona que más propició y estimuló la brillante trayectoria académica de
Ángel Vián: su esposa Carmen, a la que conoció y de la que se enamoró -
como repetidamente nos confesaba- siendo compañeros de Facultad; y de la
que afirmaba que valía más que él -de hecho terminó la carrera con un
expediente académico más brillante-: Carmen renunció callada,
abnegadamente, a cualquier segura proyección académica o profesional de
su persona, en aras de la de Angel. A la vista está que lo consiguió
cumplidamente. Ángel subsumió a Carmen en el rectorado y esta lo
atemperó.
Antes de dar fin a este homenaje póstumo , me van a permitir que
cite un pensamiento de Horacio (15) que se utilizó ya como epitafio -creo
que en Venecia- de una bella y virtuosa dama, para consuelo de sus muchos
admiradores: Non omnis moriar. Porque, también, con toda justeza,
podemos decir que Ángel Vian no todo ha muerto. Queda su ingente obra,
queda su Escuela constituida por sus numerosos discípulos, maestros, a su
vez, de maestros; queda el orgullo con que le recuerdan sus hijos y
familiares; quedan, en fin, todos los afectos que supo granjearse, y entre los
cuales está el muy profundo y sentido del que les habla; sentimiento que me
lleva a leer unos versos de. J.L. Martín Descalzo (16), en la seguridad de
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