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VOL. 75 (2), 310-314, 2009 NECROLÓGICA DON MANUEL REOL TEJADA
sitaba, desde un consejo a un juego. Le preocupaban mucho más los
males de los demás miembros de la familia que los propios.
Juan Manuel entendió la amistad mejor que la política; era un
hombre leal y muy pudoroso para sus cosas y para las cosas de los
demás. Siempre reconoció no guardar rencor a nadie y a este res-
pecto escribió: «no tengo más enemigos que los que ellos quieran serlo
míos».
Era (Juan Manuel) generoso con los amigos y con los compañe-
ros; siempre encontraba un momento para el recuerdo y la palabra
certera para el elogio, sin distinción entre ambos. Mi devoción per-
sonal por la obra del jesuita Baltasar Gracián, me ha llevado a reco-
nocer en los escritos de Juan Manuel la máxima de Gracián: «tanto
valdrá uno cuanto quisieren los demás; y para que quieran se les ha
de ganar la boca por el corazón».
Juan Manuel era un buen conocedor de que la vida es cambiante,
crítica y caprichosa; estas características, aparentemente contrapues-
tas a su impronta castellana, nunca fueron incompatibles con su ca-
pacidad para reconocer en todos sus amigos la más alta considera-
ción y valía; y es que Juan Manuel era muy agradecido con todos.
También exigía reciprocidad porque estaba muy orgulloso de su obra
y de sus logros en la Administración, en la Academia y en la Política.
Juan Manuel ha vivido sus sueños y como todos los que lo logran
son personas únicas; pero la vida es inabarcable y como dice Gala:
«la vida en sí misma es inseguridad». A pesar de todo esto, con su en-
fermedad y lo que representaba, fue exquisito y cuidadoso, durante
los largos años que le acompañó, por respeto a los demás; no quería
que nadie sufriera los inevitables costes de la misma, más aprecia-
bles en su cuerpo que en su alma. Esa visión cristiana explicaría los
testimonios de amigos que me han reconocido la encomienda diaria
de su alma a Dios. Creo firmemente que en este momento todos par-
ticipamos del mensaje que el profesor Randy Pausch, al reflexionar
sobre su anunciada y prematura muerte, expresa en su libro «La
última lección»: «al morir una parte de nosotros se ha ido con él».
En una de mis últimas conversaciones con Juan Manuel y con
motivo de una distinción de la SEFH que lleva su nombre, me dijo
que le gustaban los homenajes en los que podía participar. Por ello
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