Page 202 - 73_02
P. 202

VOL. 73 (2), 595-599, 2007  NECROLÓGICA DON EMILIO FERNÁNDEZ-GALIANO

años. Nuestro compañero Manuel Ortega Mata, el amigo de toda la
aventura universitaria, que le visitaba todos los sábados. Ejemplo
impresionante de amistad.

    Siempre he dicho que la muerte debe integrarse en la vida, que
la muerte se doblega ante la vida que trasciende su propia finitud.
Debo reconocer, sin embargo, que me perturba y me conmueve el
espectáculo de la muerte rondando durante meses a un hombre que
espera.

    Me digo que Pedro Laín distinguió perfectamente entre la espera
y la esperanza. Emilio Fernández-Galiano era cristiano y tenía espe-
ranza. Tenía su carácter y el derecho a interpelar e interpelarse.
Emilio vivió los últimos años en Guadalajara junto a Carmen, tenía
y sentía el amor de sus hijos, pero estaba lejos de su casa, de sus
libros y de sus amigos.

    Estoy seguro que en aquellos momentos Emilio Fernández-Galia-
no recordaba los versos de su tío andaluz Manuel Fernández Gor-
dillo. Porque el universitario y gran botánico, de dialéctica acerada
y corazón limpio, tenía una fina, aunque soterrada sensibilidad. En
una ocasión me regaló dos libros de su tío Manuel: «Canciones de la
Jornada» y «Canción de los fuegos» (1918, 1926). Este último empie-
za así:

          «El fuego está en las almas febriles, anhelantes
          —amores y dolores de vida mundanal—
          son llamas de la tierra sus luces vigilantes,
          que buscan paradero soñando lo inmortal».

    El alma ardiente del gran botánico, abierta a la esperanza, alcan-
zó un día la inmortalidad que soñaba.

                            599
   197   198   199   200   201   202   203   204   205   206   207