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VOL. 73 (2), 581-585, 2007  NECROLÓGICA DON EMILIO FERNÁNDEZ-GALIANO

chos. En aquella, para mí, primera excursión, conocí al segundo
Emilio Fernández-Galiano. Era un jovencito, un poco mayor que los
alumnos, que vestía y aun lo recuerdo, una cazadora de cuero de
color claro y seguía la marcha por el campo al lado siempre de don
Salvador. Alguien entonces nos dijo quién era esa persona: Emilio
Fernández-Galiano, hijo de don Emilio y que por aquel entonces
empezaba su Ayudantía de Clases Prácticas de Botánica Descriptiva
en la Facultad de Farmacia. Muy recientemente había finalizado la
licenciatura con Sobresaliente y Premio Extraordinario y en ese
curso daba comienzo a su carrera docente.

    En el curso iniciado en 1948 se cambió el ámbito de los estudios
de Emilio Fernández-Galiano alcanzando la Adjuntía en Geología
Aplicada y Edafología, siendo entonces catedrático de esta asignatu-
ra don José María Albareda Herrera, miembro también de esta Real
Academia. El Profesor Fernández-Galiano permanecería hasta 1960
al lado de Albareda hasta que éste dejó la Cátedra y le sustituyó
Fernández-Galiano durante el curso 1960-1961. En 1950 había cul-
minado sus estudios en Farmacia con el Doctorado, por el cual re-
cibió Premio Extraordinario, y en 1952 la Licenciatura en Ciencias
Naturales.

    El 27 de octubre de 1983, el Profesor Emilio Fernández-Galiano
ingresaba como Académico de Número en esta Real Corporación y
en su discurso de Toma de Posesión de la medalla número 26 ma-
nifestó: «Escuché no hace mucho al Director de esta Real Academia
en ocasión de un acto entrañable, que “hay fidelidades” que ahora
no son rentables, y se refería a la enorme figura de don José María
Albareda Herrera, uno de los más insignes académicos que han
pertenecido a esta Real Academia y del cual, suscribiendo la banca-
rrota de la actual falta de rentabilidad de su recordación, me declaro
discípulo y amigo. Mis largos años de convivencia con él en la Cá-
tedra de Geología Aplicada de la Facultad de Farmacia donde des-
empeñé durante años la labor de Profesor Adjunto, me permitieron
conocer aspectos de su carácter que sólo la continua relación Cate-
drático-Discípulo permiten percibir. Solía decir Albareda que la fe-
cundidad se demostraba no haciéndose imprescindible, pero, a pesar
de haber sido un hombre extraordinariamente fecundo, su ausencia
se hace cada vez más patente, especialmente en estos tiempos de
transformaciones en la Universidad y en las Instituciones Científi-

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