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REAL ACADEMIA NACIONAL DE FARMACIA  AN. R. ACAD. NAC. FARM.

    Todos los miembros de esta Academia hemos estudiado y ense-
ñado la vida por dentro, en la más plena y exacta extensión de la
palabra, nos hemos visto fascinados por las diversas y sorprendentes
formas de vida, la aparente fragilidad de sus moléculas, siempre en
un precario equilibrio, las citoarquitecturas casi inimaginables, pero
posibles, sus estrategias para seguir viviendo y multiplicándose, la
sutil utilización de los procesos fisicoquímicos en la obtención de
energía, los retos para comprender la complejidad de nuestras fun-
ciones cerebrales y lo que es tal vez uno de nuestros temas más
queridos: el conseguir mediante la utilización de fármacos revertir
los procesos patológicos. Estas moléculas con utilidad farmacológica
son de muy diversa naturaleza y origen, algunas imposibles, por el
momento, de ser sintetizadas químicamente. Además, tienen vida
propia, si son difíciles de descubrir, en igual modo lo son de «do-
mar», pues han de ser estables y llegar a su destino en forma y modo
eficaz y seguro. Parece simple, pero para muchos de nosotros es el
ligero y valioso equipaje de toda una vida.

    Nuestra Academia es y ha sido lugar de saber y de reflexión,
donde gente generosa que no espera ni honores ni dádivas, ajenos a
apariencias vanas, hacen un esfuerzo colectivo y honesto por cono-
cer e interpretar las claves de la situación científica y profesional en
el contexto de la realidad social de nuestro país.

    Desde tiempos pretéritos la idea de que el avance en el conoci-
miento científico nos llevaría hacia seres humanos más bondadosos
ha cristalizado en la mente humana. Hace aproximadamente ocho
siglos Maimónides afirmaba que la ignorancia era la fuente de los
males humanos: «Esos grandes males que recaen sobre los hombres,
por obra de unos y otros, motivados por sus tendencias, pasiones,
sentires y creencias, son debidos a la ignorancia, es decir, la carencia
de conocimiento. Si estuvieran en posesión de la ciencia, sentiríanse
refrenados de dañarse a sí mismos y a los otros, por cuanto el cono-
cimiento de la verdad retrae de la enemistad y del odio, y evita que los
humanos se hagan daño mutuamente».

    Posiblemente, un poco más escépticos que antaño, tenemos, no
obstante, al menos en ciencias de la vida y la salud, que seguir
convencidos de que esa idea sigue siendo absolutamente válida y hoy
más que nunca necesaria. Nuestra Academia debe de contribuir a

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