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ANA MARÍA PASCUAL-LEONE PASCUAL  AN. R. ACAD. NAC. FARM.

realicé en la Facultad de Medicina de Valencia, dirigida por García-
Blanco, Catedrático de Bioquímica y Fisiología, pero para ser Doctor
en Farmacia debía leer en Madrid, y, además, tenía que figurar como
Director y Ponente un Catedrático de Farmacia. La primera vez que
yo vi y hablé con Don Ángel fue el año 55; él era Decano y me
trasladé desde Valencia para solicitarle que fuera mi Ponente, con
una carta de García-Blanco y mis resultados experimentales. Yo leí
la Tesis en 1956 con la máxima Calificación ante un Tribunal en
Madrid presidido por él. Muy posteriormente, Don Ángel presidió
también el Tribunal de mis oposiciones en Madrid para Colabora-
dor del Consejo, en donde saqué un tercer puesto de puntuación
dentro del Patronato. Así que cuando llegué en el setenta a Madrid,
él sabía bien quién era yo, y yo, profesionalmente, no tenía más que
recuerdos buenos de él. Incluso me apetecía trabajar en la Facultad
de Farmacia. Sin embargo, intenté adscribirme a un Centro Propio
del Consejo porque me parecía que tenían mejor infraestructura y
posibilidades para mí. Pero Don Ángel quería que me quedara en
su Centro, yo enriquecía la plantilla del Centro, puesto que ya era
Investigador. Sin embargo, en el año setenta en el Instituto de Bio-
química, como se desprende de las palabras del Doctor Mayor
Zaragoza, se trabajaba en Bioquímica Vegetal, para la cual yo me
consideraba sin formación después de mi Tesis en la Facultad de
Medicina y, mis años postdoctorales en París estudiando desarrollo
de mamíferos, en donde realicé, en la Sorbona, un Diploma de Es-
tudios Superiores.

    Finalmente, pacté con Don Ángel, me dejaría seguir mi tema de
investigación y me ayudaría a montar un criadero de animales,
de ratas, que era indispensable para mi trabajo. A través de más de
treinta años yo trabajé en su Centro, conseguí, con su ayuda, formar
mi grupo de investigación y montar el criadero que actualmen-
te sigue funcionando para todo el Instituto. La primera felicitación
que recibí cuando nos dieron el Premio Reina Sofía, en 1994, fue la
de Don Ángel, ya jubilado, con una tarjeta de su puño y letra que
guardo cuidadosamente.

    Don Ángel y yo establecimos una relación de mutuo respeto y
afecto. Creo que Don Ángel tenía dos cualidades muy básicas que
reflejan sabiduría y honestidad. Don Ángel sabía escuchar con bene-
volencia, y ello le llevaba a conocer a la gente, le proporcionaba

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