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VOL. 66, (4) 2000  NECROLÓGICA D. MANUEL MARTEL

todo sobre casi nada, o el conocimiento de casi nada sobre casi todo. Pero
cuando se lee a un gran geólogo, o a un gran biólogo general, el espíritu
sufre una catarsis hacia la claridad y la serenidad del pensamiento. Como
así ocurre con la lectura de los relatos naturalistas de las Indias, de
Gonzalo Fernández de Oviedo, los estudios de las minas andaluzas del
geólogo irlandés William Bowles, que estuvo al servicio del rey Carlos
III, o la descripción física del Cosmos de Alejandro Humboldt. Y en ese
sentido, Martel, en los casi quince años que estuvo de catedrático en la
Facultad de Ciencias de Valencia, realizó una encomiable labor docente,
aparte de otras actividades organizativas de las que, sin duda, nos
hablarán los compañeros que nos acompañan en esta sesión necrológica.

        Con la muerte de Manuel Martel, que desempeñó una labor
callada y prudente en la Academia, plasmada, entre otras, en la generosa
donación para nuestro museo de una bella y valiosa colección de
minerales, desaparece el penúltimo académico representante de los
naturalistas, de los que ya sólo queda el que esto escribe, como una
especie a extinguir de “fósil viviente”. En los recientes años, las últimas
tendencias modernas han dado lugar a que la Academia vaya perdiendo
pluralidad representativa en beneficio de otras ciencias consideradas
como “más modernas”, asignando patentes de modernidad a las últimas
que se van representando, pero no a las que el libro del Génesis relaciona
en la secuencia de la aparición de los seres vivos según el orden de la
creación, que coincide, precisamente, con el orden ecológico de la cadena
trófica: primero, los organismos productores primarios, después los
animales predadores acuáticos, luego los terrestres y, finalmente, el
hombre, objeto de una creación independiente a imagen y semejanza del
Creador.

        Por eso y por muchas otras razones, que estoy seguro de que están
en el ánimo de todos nosotros, la pérdida de Manuel Martel significa una
merma importante del prestigio de esta Academia, de la que tardaremos
muchos años en recobrarnos, y de la Sección 2ª a la que perteneció y que
yo, inmerecidamente, presido. En nombre de la Academia, hago patente a
sus familiares nuestro pesar, que compartimos con ellos.

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