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VOL. 66, (4) 2000  NECROLÓGICA D. MANUEL MARTEL

de las antiguas. Una de aquellas personas fue, precisamente, el hombre al
que hoy recordamos que, en su calidad de Rector de la Universidad de
Alcalá de Henares, realizó una tarea encomiable, digna de elogio.

        Por los años en los que Martel inició sus estudios universitarios, la
Universidad de La Laguna, única entonces en el archipiélago canario,
contaba sólo con tres Facultades, Ciencias, Derecho y Filosofía y Letras,
y ninguna de ellas “completa”, en el sentido de que no enseñaban todas
las materias que se podrían enseñan y que respondiesen a las necesidades
y deseos de los alumnos de las islas, únicos que, por razones obvias,
accedían a ella.

        Y en esta época del comienzo del curso, empezaba la migración
hacia la península de los alumnos de las islas, cuyas ansias de cultura no
se satisfacían con la escasez de enseñanzas ofrecida por la universidad a
unos jóvenes que, generalmente, venían a la península agrupados en su
calidad de “inmigrantes”, a los que recibíamos con el apelativo genérico,
pero en manera alguna peyorativo, de “los canarios”, y que enseguida se
integraban con el resto de la clase, una vez diluidas las diferencias que,
por cortedad o por escasez de trato, nos separaban a unos de otros. En este
grupo de alumnos “foráneos” se incluía Manuel Martel San Gil, palmeño
de la Villa de Mazo, en la bellísima Isla de la Palma, que, deseoso de
estudiar Geología, una materia que en la Universidad de La Laguna sólo
se enseñaba a nivel del curso preparatorio de Ciencias, se incorporó a la
Sección de Ciencias Naturales de la Facultad de Ciencias de la
Universidad de Madrid, donde entonces todavía no se habían separado las
disciplinas que más tarde habían de integrar las Secciones de Biológicas y
Geológicas, y donde recibió las enseñanzas de geólogos tan notables
como D. Eduardo y D. Francisco Hernández Pacheco, este último
destacado miembro de esta Academia de Farmacia, D. Maximino San
Miguel de la Cámara, petrógrafo, D. Florencio Bustinza Lachiondo, al
que, curiosamente, sucedió aquí como Académico, y tantos otros ya
desaparecidos.

        Terminados brillantemente sus estudios universitarios, comienza
entonces la difícil labor de integrarse en los equipos de investigación del
Consejo Superior de Investigaciones Científicas, organismo que reunía a
la mayoría de las personas que trabajaban en los estudios relacionados

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