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A. M.ª VILLAR DEL FRESNO AN. R. ACAD. NAC. FARM.
tenía una gran ilusión y enormes deseos de aprender, crecer y desa-
rrollarse científicamente. Se veía la Cátedra como algo no solo difícil
si no, prácticamente inalcanzable. En D. Manuel encontré siempre la
palabra amable y el consejo acertado, bien intencionado.
Quizá su secreto no estuvo solo en hacer el bien, sino en crear
bondad. Puedo asegurar que en numerosas ocasiones hizo el bien en
silencio.
Este comportamiento se hizo mucho mas patente tras la muerte
de su esposa, Milagros, como si quisiera buscar en sus silencios la
vuelta a los años pasados, pues quizás trataba, sin conseguirlo, de
recomponer su soledad. ¡Cuántas veces, cuando veníamos juntos los
jueves a la Academia, comentaba sus vivencias y sus recuerdos uni-
dos a su excepcional esposa, que siempre le acompañaba en sus
numerosos viajes. Me recordaba que en una Tesis Doctoral en Valen-
cia a la que yo le había invitado a participar como miembro del
Tribunal, acompañado de su inseparable Dª Milagros y después de
finalizar el Acto Académico y la casi protocolaria comida con el
nuevo Doctor, surgió pasar un rato de espera, hasta llevarles al avión,
jugando una partida de mus. Don Manuel con cara de inocencia y
socarronería galaica nos dejó caer que «si no había compañeros, su
pareja podría ser su mujer», ¡que risa D. Manuel cuando nos gana-
ron!, con una perfecta compenetración, y que añoranza en el recuer-
do. Cada vez que se refería a su mujer venían a mi memoria y
referidos a Dª Milagros y a D. Manuel los sentidos versos del soneto
de Francisco Quevedo
«Amor constante mas allá de la muerte»;
Su cuerpo dejarán, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.
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En la distribución que hemos realizado para glosar la figura de
D. Manuel, me corresponde hablar de él como Académico. Después
lo harán sus discípulos, primeramente el Prof. Calleja sobre «su
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