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A.
G.
BUENO
de
La
Granja,
para
cuyo
análisis
se
sirve
de
la
interesante
correspondencia
mantenida
con
su
hija,
la
infanta
María
Antonia
Fernanda,
la
menor
de
sus
vástagos
concebidos
de
Felipe
V.
En
el
tercer
apartado
nos
describe
los
viajes
de
la
Corte
a
los
Reales
Sitios,
tan
poco
gratos
a
Bárbara
de
Braganza
pero
tan
útiles
en
la
mentalidad
sanitaria
ilustrada:
Aranjuez
fue
el
lugar
preferido
de
la
Reina,
la
música
programa
para
ella
en
sus
jardines
y
los
paseos
por
el
Tajo
la
colmaron
de
felicidad;
pero
soportó
estoicamente
las
estancias
en
El
Escorial
y
las
partidas
de
caza
que
en
aquellos
bosques
disfrutaba
el
Rey,
tan
alejadas
de
su
estética
y
de
su
gusto.
Descrita
la
vida
cortesana,
nos
presenta
un
el
panorama
sanitario
en
la
España
de
los
años
centrales
del
XVIII;
tras
una
síntesis
de
carácter
general
sobre
la
terapéutica
del
período
nos
acerca
a
algunos
de
los
medicamentos
de
los
que
hará
uso
la
corte
madrileña:
el
agua,
las
víboras,
la
leche
de
tierra,
los
polvos
de
Infantiglioli,
el
bálsamo
de
Tembleque,
la
enjundia
humana
o
la
sorprendente
triaca;
productos
cuya
acción
es
difícil
de
entender
si
no
se
acude
al
carácter
mágico
de
su
empleo.
Y,
por
supuesto,
a
las
sangrías,
terapia
tan
poco
útil
como
generalizada
en
estos
años,
que
tanto
hizo
sufrir
a
Bárbara
de
Braganza
y
su
corte.
Y
de
los
medicamentos
a
la
botica
y
al
trabajo
de
los
boticarios;
o
si
se
prefiere
a
las
boticas,
pues
la
autora
nos
ofrece
un
cuidado
análisis
de
la
Real
Botica
madrileña,
pero
también
del
trabajo
del
boticario
en
El
Pardo,
San
Lorenzo
o
Aranjuez,
incluso
de
las
particulares
condiciones
de
la
asistencia
farmacéutica
dispensada
a
la
reina
viuda
Isabel
de
Farnesio
en
su
propia
corte
de
La
Granja
de
San
Idefonso.
El
análisis
de
las
boticas
reales
no
se
limita
a
la
relación
de
los
productos
en
ellas
conservados,
o
a
los
procesos
de
preparación
de
medicamentos;
como
en
el
resto
de
la
obra,
la
autora
nos
lleva
más
allá
de
lo
estrictamente
profesional
para
adentrarnos
en
los
problemas
personales
y
jurídicos
de
estas
dependencias
y,
de
nuevo,
en
el
impacto
que
las
rencillas
cortesanas
tienen
sobre
todas
las
funciones,
incluidas
las
del
ámbito
sanitario.
Los
tres
últimos
capítulos
quedan
expresamente
centrados
en
la
salud
de
Bárbara
de
Braganza;
en
el
primero
analiza
las
patologías
de
la
Reina,
dedicando
especial
atención
al
último
decenio
de
su
vida,
utiliza
para
ello
los
–no
pocos--
informes
médicos
disponibles,
elaborados
tanto
desde
dentro
como
desde
fuera
de
la
Corte;
en
el
segundo
nos
relata
los
medicamentos
recetados
para
vencer
sus
males:
desde
las
víboras
o
las
aguas
medicinales
traídas
de
Sacedón,
Pórtugos
o
Arnedillo,
hasta
los
preparados
más
habitualmente
elaborados
para
ella:
jarabes
de
violetas,
píldoras
de
antimonio,
pociones
laxantes,
tisanas
anticólicas,
etc.
Los
momentos
de
agonía
pasados
en
su
última
residencia,
el
Palacio
de
Aranjuez,
son
analizados
a
través
de
la
profusa
correspondencia
mantenida
entre
el
infante
Luis
Antonio
y
su
madre,
Isabel
de
Farnesio;
son
las
páginas
que
preceden
a
la
130