El encuentro entre un historiador de la ciencia y un archivo personal rara vez es una casualidad, suele responder a un ejemplo más de serendipia; en el caso que nos ocupa es evidente. La relación entre Víctor García Gil, nieto de Juan Gil Collado, y Alberto Gomis Blanco, catedrático de Historia de la Ciencia en la Universidad de Alcalá, ha tenido como consecuencia una muy documentada y excelentemente ilustrada biografía de Juan Gil Collado (Martos, Jaén, 1901 – Madrid, 1986); entomólogo, formado bajo la dirección de Cándido Bolívar en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, experto en dípteros y paludismo, al que la Guerra Civil obligó a un duro exilio interior.
Su peripecia vital, su historia personal, es, como los propios autores señalan en el título de esta obra, un canto a la dignidad. Un investigador que, ante la sensación de desamparo en la que le sumió la Guerra, supo reinventarse, transformar su inicial formación investigadora en la que se había formado para adquirir nuevas habilidades con las que sobrevivir y poder cohabitar con una situación política y social que nunca aceptó.
La obra se divide en dos partes, claramente separadas por el final de la Guerra Civil: ‘La formación de un científico’ (1901-1939) y ‘La fuerza de la dignidad’ (1939-1986); se unen a estas tres interesantes apéndices donde se recoge una catalogación de su archivo documental y fotográfico, un listado con las novedades taxonómicas descritas y los taxones a él dedicados y una bibliografía de Juan Gil Collado donde, junto a los textos científicos, comunicaciones a congresos, consultas emitidas y reseñas de sus trabajos se recogen los textos, mecanografiados, que permanecen inéditos.
En la primera parte, la anterior a la Guerra, los autores pasan revista a su nacimiento, en Jaén, y su infancia, en Madrid; los estudios en el Instituto de Bachillerato ‘San Isidro’; su ingreso en la Universidad Central, donde cursó la Licenciatura en Ciencias, con premio extraordinario; sus primeros años laborales en el Instituto-Escuela; su ingreso, en 1921, en la Real Sociedad Española de Historia Natural, de la mano de Cándido Bolívar; sus primeras expediciones al norte de África, entre 1923 y 1930, como preparador y conservador de las colecciones entomológicas del Museo Nacional de Ciencias Naturales; sus trabajos para la Comisión Central Antipalúdica, donde se hizo presente su conocimiento de los Culícidos; su colaboración con la revista Eos, órgano científico de la sección de Entomología del Museo; su dedicación profesional tanto en la Escuela Nacional de Sanidad como en la Facultad de Ciencias de la Universidad Central; la participación, como delegado español, en el V Congreso Internacional de Entomología (París, 1932); su expedición a Fernando Poo, en 1933, junto a Federico Bonet y su colaboración en la organización del VI congreso internacional de Entomología (Madrid, 1935). Y, en el ámbito más privado, su matrimonio con Carmen Fernández Pérez, en el diciembre de 1925; su participación en la constitución de la editorial Zeus, junto a Cándido Bolívar, Vicente Sos y José Royo Gómez, entre otros; sus veraneos fa- miliares en La Granja de San Ildefonso, donde conoció el estallido de la Guerra Civil.
El paréntesis obligado de la Guerra fue largo y angustioso para Gil Collado –y para tantos otros españoles-: sufrió arresto domiciliario en La Granja de San Ildefonso, trasladado, como resultado de una primera depuración, a Cadalso de los Vidrios; su posterior estancia en Cáceres y un regreso a un Madrid, saqueado y desconocido, del que había salido apenas unos años atrás.
Expulsado de la Universidad, vetado su acceso al Museo Nacional de Ciencias Naturales y con una familia que atender, Juan Gil Collado decide, en 1940, regresar a Cáceres para reinventarse como asesor de la lucha antipalúdica a la par que como docente de Ciencias Naturales: academias, colegios privadas y aún las clases particulares se convirtieron en el modo de obtener unos parvos ingresos con los que sobrevivir. Su estancia cacereña acabó en 1943; regresó a Madrid y, desde el curso 1944/45, se integró en el equipo docente del Colegio Estudio, fundado por Jimena Menéndez Pidal, Carmen García del Diestro y Ángeles Gasset, remedo de lo que fue el Instituto-Escuela y en donde –hasta donde pudieron mantenerse- se instauraron los valores educativos propugnados por la Institución Libre de Enseñanza. En este año de 1944/45 entró en contacto con la empresa Insecticidas Cóndor, ubicada en Zorroza (Bilbao) y en la que desempeñó el cargo de ‘entomólogo jefe’ hasta su jubilación, en 1971; en ella colaboró a la comercialización de ‘666’ un insecticida ‘netamente nacional’. En estos años de la década de 1940, en los que su pertenencia a centros oficiales le está vedada, colabora con revistas agropecuarias, como Ganadería, Agricultura o las Hojas divulgadoras del Ministerio de Agricultura, donde su experiencia entomológica fue especialmente valorada. En un nuevo giro de su vida profesional, inicia su formación como farmacéutico en las aulas de la Universidad Central; lo logró con éxito y, en 1948, tras suavizarse las exigencias del Régimen, ingresó en el Departamento de Parasitología animal dirigido por Felipe Gracia Dorado, establecido en la Facultad de Farmacia; en 1950 finalizó los estudios de Farmacia, inicia entonces una nueva carrera académica que le llevará desde el puesto de ayudante (1952-1957) al de adjunto a cátedra, primero de manera provisional, luego en posesión de la plaza. Desde noviembre de 1952 formó parte de la Academia Nacional de Farmacia y, entre 1957 y 1967, fue experto de la Organización Mundial de la Salud. Pese a su jubilación en 1971, tanto en Insecticidas Cóndor como en la Universidad Central, Juan Gil Collado continuó investigando en la Facultad de Farmacia de Madrid hasta su fallecimiento, acaecido el 26 de agosto de 1986.
Media docena de nuevos taxones llevan su nombre; son el reconocimiento de sus compañeros y sus discípulos a una actividad investigadora que se perpetuó pese a la dura travesía del desierto que supuso su exilio interior: F. Silvestri, J. Wagner, A. Sánchez-Covisa, J.A. Rodríguez Rodríguez, J. Guillén Lera, A. Estrada Peña, J. Lucientes, C. Sánchez, J.M. Úbeda Ontiveros, M. B. Rodríguez Baza, D.C. Guevara Benítez y M. Rojas Álvarez, le dedicaron el fruto de sus estudios a ese ‘irónico, elegante y sereno’ investigador que nunca perdió su dignidad.