Anales RANF

César Nombela @Real Academia Nacional de Farmacia. Spain 226 tan poderosa porque ha sabido extraer su fuerza de los límites humanos”. Sin embargo, el que el ejercicio del poder, ya sea legislativo o administrativo, tenga como referencia el conocimiento científico sólidamente fundamentado no está ni garantizado ni puede plantearse desde un único ángulo inequívoco. Porque la naturaleza de los problemas a los que se enfrenta la sociedad actual es muy variada y porque las actitudes de las diferentes sociedades en relación con el cultivo, la promoción y la utilización del conocimiento científico no son homogéneas. 2. CIENCIA Y SOCIEDAD ¿PUEDEN SER PACÍFICAS LAS RELACIONES? La llegada del siglo XX se caracterizó por el optimismo acerca de la ciencia y sus posibilidades. Se apostaba porque resolvería numerosos problemas, lo cual fue realmente cierto –baste pensar en los avances de la Medicina- pero que también la Ciencia se revelaría como un instrumento de poder, que además de contribuir al desarrollo económico mostró su capacidad para producir poderosas armas de destrucción, como de hecho sucedió con la Física moderna. A día de hoy no persiste ni una visión neutral de la Ciencia, ni tampoco una percepción predominantemente recelosa de lo que de destructivo puede derivarse de la actividad científica. Por el contrario, la Ciencia es, sobre todo, un instrumento que el hombre puede utilizar, una herramienta de la que dispone con notables posibilidades, muchas de ellas poco exploradas aún. Pero se mantienen sin duda en ciertos sectores actitudes de recelo ante el conocimiento científico y ello por diversas motivaciones. Entre ellas las de quienes critican que la Ciencia pueda utilizarse como un instrumento de poder y de creación de diferencias entre países y grupos sociales. El filósofo Robert Crease, a cuyas reflexiones hemos ya aludido, percibe con preocupación una “decadencia de la autoridad científica” en el mundo actual (3). Su análisis concluye que el negacionismo científico, que aflora en muchos sectores de la sociedad, responde a motivos diversos, a veces incluso contradictorios. Entre ellos pueden estar la codicia, el miedo, el sesgo, la conveniencia, el beneficio o la política. Incluso formula que todo ello se ha ido fraguando a lo largo de la historia, precisamente desde la emergencia de la ciencia como actividad autónoma a la que nos referíamos. La cuestión del negacionismo de diversas propuestas que se derivan de la actividad científica, como puede ser el impacto global en el clima de las actividades humanas o el valor de las vacunas, para indicar solo un par de ejemplos, resulta esencial para lo que aquí tratamos: el que la ciencia sólidamente fundamentada debe ser una referencia para la gestión de lo público. También hay que tener presentes las precauciones de quienes objetan la posibilidad de algunas investigaciones e intervenciones que puedan conllevar prácticas contra los derechos de la naturaleza (desarrollo de organismos transgénicos) o que podrían ser atentatorias contra la dignidad humana (manejo de embriones, manipulación de la línea germinal en la especie humana, utilización inadecuada de los datos genéticos). Frente a ello, está la percepción razonable y de sentido común en muchos sectores de que el avance científico es fundamental y, al mismo tiempo, que puede ser controlable. Y, desde luego, se puede encauzar dentro de actitud ética que respete los valores. A día de hoy, por ejemplo, una proporción que se sitúa en torno al 50 % de las leyes, normas y disposiciones administrativas que emanan de los poderes públicos, necesitan apoyarse en una ciencia con sólidos fundamentos. Por ello, hay que hacer posible el diseñar esquemas adecuados para su desarrollo y regular aquellas cuestiones en que la organización de la investigación se tiene que adecuar a los planteamientos que la sociedad, que es quien sostiene al sistema científico, entienda que deben regularse tras un análisis riguroso de sus implicaciones. De todo lo anterior se sigue que el mundo de la Ciencia y el de la Sociedad en el que se desarrolla están obligados a un diálogo permanente del que se han de derivar numerosas implicaciones, sobre todo a la hora de definir y consolidar el papel de los científicos y el del conocimiento que desarrollan en el avance de la propia sociedad. Naturalmente que la Ciencia no tiene la totalidad de las respuestas para la vida de la gente, ni de las soluciones que la sociedad puede demandar para sus problemas. Sin embargo, la Ciencia significa una actividad y una vía en la que resulta posible objetivar los planteamientos, de forma que los análisis sean realmente rigurosos. Se hace imperativo por tanto diseñar ese camino de doble dirección, Ciencia-Sociedad, que pueda ser transitado una y otra vez con el consiguiente beneficio para todos (4). 3. ALGUNAS EXPERIENCIAS DE SITUACIONES RECIENTES VIVIDAS EN ESPAÑA: UNA VISIÓN PERSONAL Una faceta fundamental para las referencias científicas es su papel en la respuesta que los poderes públicos deben dar ante las situaciones de emergencia. El caso del “aceite tóxico”, que afectó de forma imponente a la vida social española en 1981, se pudo reconocer por muchos como un ejemplo de manejo inadecuado de crisis y emergencias imprevistas. Afloró la lucha política en torno a esta cuestión con tal intensidad que la reacción científica se desarrolló de manera limitada y fragmentaria. Muchos percibieron lo sucedido como un verdadero fracaso de la comunidad científica española, no por falta de capacidad para afrontarlo sino por carecer de un cauce para una actuación rápida y eficaz. El aludido envenenamiento por aceite tóxico, que afectó a algunos miles de personas, fue por error caracterizado en sus inicios como una infección bacteriana, algo propio de mi área científica, la Microbiología. Por ello, en mi ánimo pesaba este episodio cuando, en la primavera de 1998, se produjo un accidente en la balsa de residuos mineros en Aznalcóllar, durante mi desempeño de la presidencia del Consejo Superior de Investigaciones

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