Anales RANF
The cotton and gauze hydrophilic: conflict of interests in the Spanish post-war-period (1939-1964) @Real Academia Nacional de Farmacia. Spain 61 cien piezas de gasa para el Hospital, adquiridas en Alemania por el Agente Comercial Sr. Espino, cuyo importe asciende a la cantidad de 6.976,24 pesetas ” (2). Una vez terminada la guerra, uno de los primeros problemas con los que se tuvo que enfrentar el gobierno del General Franco fue la escasez de productos de primera necesidad, que se vio agravada con la puesta en marcha de una política tendente al abastecimiento con los propios recursos del país que redujera lo más posible la importación de productos de otros países (autarquía) (3). Entre las medidas, que entonces se tomaron, adquirieron gran protagonismo las tendentes al estricto racionamiento de todos los productos de empleo cotidiano, fundamentalmente alimentos, con la implantación de las cartillas de racionamiento (4). Existen numerosos testimonios del desabastecimiento que se produjo en los años cuarenta, tanto de algodón como de gasa hidrófilos. Un ejemplo de estos testimonios lo encontramos en la nota que un preso ingresado en la prisión de Alicante envía a su mujer, a finales de 1941 o principios de 1942, en la que demanda ayuda ante la falta de casi todo en la enfermería del establecimiento: “Josefina: manda inmediatamente tres o cuatro kilos de algodón y gasa, que no podré curarme hoy si no me mandas. Se ha acabado todo en esta enfermería. Comprenderás lo difícil de curarme aquí. Ayer se me hizo con trapos y mal. Que mande Elvira el calcio también. Bueno, besos a mi hijo. Te quiere Miguel” (5) El preso era el poeta oriolano Miguel Hernández, a quien el Consejo de Guerra permanente número 5 había condenado a pena de muerte, el 18 de enero de 1940, por “auxilio a la rebelión”, pena que más tarde, el 25 de junio de ese mismo año, le sería conmutada por la de 30 años de prisión. A consecuencia de la afección pulmonar que padecía, que se agravó con tuberculosis, fallecería en esa misma cárcel de Alicante el 28 de marzo de 1942. Contaba, en esos momentos, treinta y un años. Pero las carencias no se dejaban sentir tan sólo en las cárceles. Ya en el verano de 1940 el Consejo General de Colegios Farmacéuticos, ante la escasez de materias primas para confeccionar los ajuares sanitarios, en los que el algodón y las compresas de gasa eran elementos esenciales (6), se vio en la necesidad de suspender circunstancialmente el convenio de suministro de estos ajuares con el Instituto Nacional de Previsión. Hasta que la situación se normalizara, los farmacéuticos fueron autorizados a proporcionar un ajuar con arreglo a los medios de que dispusieran, sin tener que sujetarse a los precios que figuraban en el convenio vigente en esos momentos, sino a los mínimos que pudieran ofrecer teniendo en cuenta los costes del momento (7). La Memoria del año 1944 del Hospital Militar de Carabanchel, actual Hospital Central de la Defensa Gómez Ulla (8), denunciaba la imperiosa necesidad de proceder a la realización de algunas obras y mejoras de manera urgente. Según el profesor Carlos Barciela: “Si en las instalaciones y en los equipos era visible la desidia del gobierno, no lo era menos en el tratamiento que recibían la mayor parte de los pacientes. Los medicamentos escaseaban, al igual que los productos profilácticos, de limpieza, vendas, gasas, algodón y ropa blanca...” (9). 2. CONSIDERACIÓN Y ETIQUETADO DEL ALGODÓN Y GASA HIDRÓFILOS EN LOS PRIMEROS AÑOS DEL FRANQUISMO La primera reglamentación que reguló «la elaboración y venta de especialidades farmacéuticas» en España se publicó en 1919 (10), veinte años antes –por tanto- del final de la Guerra Civil. El artículo segundo de ese Reglamento recogía que ninguna especialidad farmacéutica podría ponerse a la venta sin hallarse previamente registrada en la Inspección general de Sanidad. Cabría esperar que, a partir de ese momento, las empresas fabricantes de textiles sanitarios procedieran a registrar estos productos. Y, desde luego, los fabricantes que así procedieron dejaron constancia en el embalaje de esas especialidades de que se había llevado a cabo su registro. Así, por ejemplo, el farmacéutico Eduardo Pérez del Molino Rosillo registró el 2 de junio de 1925 el «Algodón Horland» para el Laboratorio Cántabro, al que le correspondió el número de registro 7.047. En la trasera del envase puede leerse, además de su composición (Algodón hidrófilo, 2 gramos; Alcohol puro 95º, 5 grs; Mentol cristalizado, 0,30 grs.; Timol, 0,01 grs.), el modo de usarlo y el precio de venta al público (0,90 pesetas), que estaba “Registrado en la Dirección G. de Sanidad número 7047”. Pero el número de productos que se registraron en los primeros años en España fue reducido, como puede constatarse al repasar la Tabla 1. Ello nos hace pensar que la mayoría de los textiles sanitarios no fueron registrados entonces. Y esta situación, de no haber pasado por registro muchos textiles sanitarios, se mantendría y agravaría tras la Guerra Civil. Ejemplos de estos productos que no habían sido registrados como especialidades farmacéuticas y que, sin embargo, tuvieron bastante difusión en los años de la posguerra, los encontramos en los que puso en circulación la Sociedad Anónima «Fábricas Reunidas de Caucho y Apósitos» (FRACSA). Estaba domiciliada en Barcelona y al frente de la misma figuraba el próspero industrial Xavier Tusell i Gost. Contaba con sucursales en Madrid y una docena de ciudades españolas. Entre los textiles sanitarios que comercializó FRACSA, gozaron de gran predicamento los de la marca «La Hermana», que en el caso del algodón anunciaba en tres calidades: «Teresa» perfecto extra; «María» superior medical; y «Clara» el mejor algodón de precio económico.
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